15 septiembre 2011

Uno: el comienzo de todo


Vivo en una permanente ambigüedad. En público soy un muchacho común y corriente, que estudia y trabaja. Pero en privado… Cristian, que es mi amigo de toda la vida, me ha convertido en una hembra.
Entonces por un lado siento la humillación de mi masculinidad postergada, doblegada, sometida.. Y por el otro tengo chispazos de intenso goce y placer cuando me visto de mujer, y cuando mi amigo me trata como a una verdadera puta.
Cristian trabajó durante años sobre mi voluntad para llegar a este resultado. Se aprovechó de mi carácter débil, de mis inseguridades, quizá también de mis deseos ocultos.
Empezó con elogios permanentes a mi cuerpo, elogios que un chico no suele hacerle a otro chico. Me daba muchos nervios cuando elogiaba mi belleza, en especial la forma de mi cola. “Redonda, perfecta, tentadora”. Decía que era demasiado bonito para ser varón.
Me acariciaba la cola y yo no decía nada. Lo tomaba como un juego. En cierto modo lo disfrutaba. Era mi único amigo, el único que había atravesado la barrera de mi timidez.
La primera vez que me apoyó el bulto en la cola me quedé helado. No sabía qué hacer, y Cristian tomó mi silencio, mi inmovilidad, como señal de aprobación. Estábamos los dos con pantalón jean y pude sentir perfectamente su dureza.
Sus apoyadas se hicieron frecuentes, cotidianas, cada vez que estábamos solos en su casa o en la mía. Nunca hablábamos del tema, pero había un acuerdo tácito. Él me apoyaba el bulto en la cola y yo me quedaba quieto, sin decir nada.
Como siguiendo un plan que se hubiera trazado, Cristian siguió avanzando. Me elogiaba, me apoyaba, me manoseaba, me trataba siempre como a una chica. Yo me oponía débilmente. Sus elogios me gustaban, me confundían.
Las chicas no me prestaban atención. Yo era demasido tímido, no sabía cómo relacionarme con ellas, mi autoestima estaba por el piso. Cristian me la levantaba. Me hacía sentir importante.
La siguiente fase fue que yo me bajaba los pantalones y él se masturbaba mirándome y tocándome la cola. Fue en esa época que me pidió que usara tangas de mujer en vez de boxer de varón. Le robó algunas a su hermana, y yo las usaba cuando iba a su casa. Empecé a sentir un nuevo e inquieto placer: el de vestir ropas femeninas.
A las tangas siguieron minifaldas, blusas, medias, zapatos taco alto… y luego el maquillaje, y los modales femeninos. Siempre en secreto, sólo para él.
Hasta que sucedió lo que, creo, era inevitable. Me entregué a él. Lo tuve dentro de mí. y me comporté como me hubiera gustado que una mujer se comportara conmigo.
Así nació Laura.
Salteo varios capítulos que ya contaré, o no, y llego a la situación actual. Cristian y yo nos independizamos de nuestras familias, cada cual vive en su departamento, pero nos vemos con frecuencia. Y cuando nos vemos yo soy su amiga. Pero también su hembra, su perra, su puta, y él es mi macho.
Durante el día estudio, trabajo, soy un muchacho normal, sin amigos, callado y tímido. Apenas llego a mi casa y cierro la puerta me convierto en Laura, venga él a verme o no. Disfruto usar ropas femeninas, maquillarme, explorar ese costado que mantengo oculto durante el día.
A veces Cristian me visita y simplemente cenamos, conversamos, miramos alguna película. Como amigo y amiga.
Cuando me dice que ninguna mujer es capaz de calentarlo tanto como yo, me corre un escalofrío. Cuando siento su miembro largo y grueso bien dentro de mí, me siento esa mujer capaz de calentarlo como ninguna. Y él es tan masculino como yo jamás he sido ni, creo, seré jamás.
Así transcurre mi vida. Ese es mi secreto. En público, un muchacho que pasa desapercibido, al que todos ignoran, que nunca logrará conquistar a una mujer.
En la intimidad, una travesti femenina, sexy, seductora y, si es necesario, muy puta para su hombre.
A veces me pregunto cómo habría sido mi vida si no hubiera conocido a Cristian.



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