15 septiembre 2011

Dos: la prueba de mi entrega


Cristian me cubre de elogios todo el tiempo, mantiene alta mi autoestima. Como Laura, claro. Mi yo varón no cosecha ningún motivo para estar orgulloso. Por eso sigo siendo Laura. Para que me diga cosas bellas.
Me paro de espaldas frente al espejo, observo por encima del hombro mi imagen reflejada. Tengo lindas piernas, largas, bien formadas, sin un pelito. Lucen mejor aún con medias hasta la mitad de los muslos y sobre tacos altos.
Tengo un lindo culo, redondo, firme. “Tentador”, como dice Cristian. Me abro las nalgas. Miro mi hueco. Tengo una bonita dilatación. Me parezco a cualquier mujer que ha tenido sexo anal.
Al principio me preocupaba. Sentía que la pija de Cristian hacía estragos en mi culo.
Pensaba: el maquillaje se puede quitar, las medias, tangas, minifalda, todo puedo dejar a un lado. Pero la dilatación de mi ano es la prueba de que me entregué a un hombre, que tuve su masculinidad dentro de mí, que me entregué como una mujer.
Con el tiempo lo fui aceptando. Laura es la bella, la que recibe halagos, algo que “el otro” nunca conseguirá.
Sigo frente al espejo, mantengo las nalgas abiertas con mis manos, vuelvo a observar mi ano un poco estirado, la puerta de entrada a la virilidad dura y gruesa de mi amigo. Por allí lo recibo, por allí entra a mi cuerpo, me posee, me domina, me somete.
Suelto mis manos, mis nalgas vuelven a su lugar, ocultan ese orificio que es más de Laura que mío.





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