20 septiembre 2011

Perdiendo la virginidad



A todas nos pasó, para todas fue especial la primera vez.

Cinco: fin de semana en la cabaña (II)


A la noche, luego de cenar, tomamos un café mirando el mar iluminado por la luna. Pienso en lo mágico del paisaje, del silencio, disfruto esa soledad, pensar que soy la última persona sobre la tierra. No hay dolor, no hay tristeza, sólo la maravillosa naturaleza a mi alrededor.
Cristian, sentado a mi lado, me rodea con su brazo y eso me recuerda que estoy con él, y que soy su mujer, y que vine en este viaje para hacer todo lo que una mujer hace con su hombre.
Me besa en la boca y me dice:
-¿Vamos a la cama?
Para él, el paisaje no tiene nada de mágico. Es apenas un contexto para un buen momento de sexo.
-Enseguida voy -le digo.
Me da otro beso y desaparece de mi lado. Observo unos minutos más el mar oscuro, la luna, las estrellas, y lo sigo.
Cristian se acuesta desnudo. Entro suavemente a la habitación en penumbras, la luz de la luna entra por una ventana. Visto un conjunto de lencería negra que sé que le gusta, me hace un buen culo, que es la parte que más admira de mí.
Me parece que estoy demasiado perra vestida así, voy a despertar su lado salvaje. ¿Cómo podría yo esperar que me trate distinto si lo estoy provocando, si me estoy entregando como una mujer?
Me acuesto a su lado. Nos besamos, y enseguida él dice:
-Bajá a comerla.
Sabe que me molesta que use ese lenguaje rústico, pero que a la vez me enciende. Cuanto más me humilla, cuanto más me trata como a una puta cualquiera, más me enciende.
Me deslizo en la cama hacia abajo. Su miembro está vigoroso, en todo su esplendor. Le paso la lengua de arriba abajo, y me lo meto en la boca.
Cristian jadea, y me dirige.
-Así… haceme un buen pete… eso es… peteame bien… petealo a tu macho…
Y yo obedezco. Cuando le hago sexo oral me siento muy en el rol de mujer.
Comienzo suavemente, saboreo su dureza, esa proyección de hombre que sobresale de su cuerpo, ese tronco que lo simboliza y define, así como tenerlo en la boca me define a mí como mujer.
Cristian se excita, se descontrola, pide más. entonces me prendo a su miembro, lo mamo con fuerza. En el silencio se la noche sólo se escucha el sonido de mi boca succionando. Sí, ese ruido soy yo, mamando. Lo hace mi boca, no la de otra.
-Más… tragala todo… tragala bien…
Empuja mi cabeza, me obliga a hacerle una garganta profunda. Aguanto hasta donde puedo. Me viene una tos, una arcada, me retiro. Gruesos hilos de saliva tienden un puente entre mis labios y su pija dura.
-Muy bien… otra vez… hasta la garganta…
-Me ahogás -me quejo suavemente.
-Dale… vos podés…
Cuando su verga está bien dura, apuntando al techo, y chorreando mi salva, me pide que lo monte dándole la espalda.
Le pongo un poco de lubricante, luego me acomodo de rodillas a ambos lados de sus piernas. Cristian me abre las nalgas.
-Qué orto precioso -susurra- Ese marrón me vuelve loco.
A tientas, agarro su tronco con la mano, guío la cabeza hacia mi agujerito y me hago hacia atrás. Lo siento deslizarse, una vez más, dentro de mí. Ya tengo el culo muy acostumbrado, con una dilatación natural, pienso.
-Uff… te entró toda… la tenés hasta los huevos…
Lo sé, claro que lo sé, puedo sentirla hundida en mis entrañas. Me llena.
Comienzo a cabalgarlo. La cama chilla levemente.
-Uy cómo come pija ese culo… así… así… clavate bien…
Y yo me clavo, cada vez con más fuerza. Cierro los ojos, me abandono. Laura tiene el control total. Es ella la que dice entre gemidos:
-Ah… Cristian… Cristian…
-¿Qué pasa preciosa? -jadea con ansiedad.
-Ah… qué pija… qué pija terrible…
-Sí… Es toda para vos.
Jamás antes le había hablado durante el sexo. Sólo gemidos. Mucho menos esa mención explícita a su atributo masculino.
Lo cabalgo más fuerte. Ya no me importa asumir una conducta tan de mujer, tan de puta entregada.
-Ah… ah… ah… Cristian… qué pija tenés…
-¿Te gusta?
-Ay sí… me gusta… me gusta tenerla toda en el culo… me gusta la puta madre… me gusta…
Mis palabras lo ponen muy salvaje. Me coje en todas las posiciones imaginables, fuerte, duro. Yo le sigo el ritmo. Como la más perra.
Culmina con una serie de empujones bestiales, se queda inmóvil, muy profundo dentro de mí, y acaba con un grito salvaje. Descarga un torrente de leche. Quedo llena. Soy el recipiente para toda su savia de hombre.








15 septiembre 2011

Cuatro: fin de semana en la cabaña


Se viene el fin de semana y Cristian me dice con una sonrisa:
-Alquilé una cabaña para que vayamos juntos.
Percibe la sorpresa en mis ojos y agrega:
-Quiero tenerte para mí todo el fin de semana.
Pongo reparos. Nunca salgo como Laura de las cuatro paredes de mi departamento o del suyo. Él insiste, trata de persuadirme de todas las formas, me ofrece todas las garantías de que nadie nos descubrirá. Sabe que esa es mi principal preocupación. Que alguien sepa de mi doble vida. Eso me aterroriza.
Como siempre, al final cedo. Viajamos en su auto, salimos de madrugada, nadie nos ve. Yo visto un jean muy ajustado, zapatos con taco, blusa y suéter. En la ruta cruzamos otros autos pero es imposible que distingan quién soy.
La cabaña es muy privada, alejada de todo. Me quedo en el auto mientras Cristian arregla con el encargado, le paga, recibe la llave.
Vuelve con una sonrisa.
-Todo perfecto -dice.
Llegamos a la cabaña de troncos rodeada de un bosquecito, ahí nomás está el mar. Hace frío, nadie visita este lugar en esta época.
Bajamos las valijas, entramos, Cristian cierra la puerta con llave, me mira con su eterna sonrisa. Ahí estoy, como Laura, a solas con un hombre, lejos de todo.
Cristian me abraza, me besa, y me dice al oído:
-Te voy a recontra coger todo el fin de semana. Te voy a hacer más mujer que nunca.
Vuelve a besarme, me mete mucho la lengua, me manosea el culo. Y yo me entrego. Acepté venir, y sabía que esto iba a pasar. Me va a recontar coger todo el fin de semana, y voy a ser completamente mujer para él.
Cristian no pierde el tiempo. Frenético, sin dejar de besarme, se desabrocha los pantalones y caen a sus tobillos. Quiere poseerme allí mismo, en la sala de la cabaña.
Sus manos nerviosas me desabrochan el jean, es tan ajustado que le cuesta bajármelo. Tironea un poco, lo baja apenas lo suficiente para dejar mi culo al descubierto.
Me hace girar con violencia. Me apoyo en la mesada de la cocina, quiebro la espalda. Cristian me corre la tanga a un lado, con los dedos de una mano abre mis nalgas, mi orificio anal queda al descubierto.
Se escupe en la mano, me pone un poco de saliva y me penetra.
Grito al sentir la cabeza que se abre paso. Pocas veces lo ví tan caliente. Su carne se hunde en mi esfínter que cede, en un segundo ya tengo alojado su miembro bien adentro.
Me bombea sin piedad. Lo siento jadear y gruñir como un animal. Yo le entrego mi cuerpo para su satisfacción.
Raro en él, no puede contenerse y acaba. Una parte en mi recto, pero enseguida la saca y dice “la boca, la boca”.
Velozmente caigo de rodillas, me como su miembro, tiene gusto a mi culo. Sobre la lengua recibo el resto de la acabada. La saboreo, y la trago.
Para él fue tan intenso que le tiemblan las piernas, busca apoyo en la mesada. Yo me pongo de pie, voy hacia el baño a limpiarme pero él me toma de la mano.
-No, quedate así, con un poco de leche adentro del culo.
Tiene esas cosas raras que para mí carecen de sentido, pero le doy el gusto. Me acomodo la tanga, me subo el jean. Después le subo el pantalón a él, le acomodo delicadamente el miembro en reposo.
-Va ser un fin de semana increíble -me dice con un beso.




Tres: besar como mujer


Parado en el centro del living, Cristian me invita a bailar.
Yo lo observo desde el sillón, mis largas piernas cruzadas, enfundadas en medias oscuras, en un vestido mini negro ajustado que apenas me cubre el trasero, el top que deja al descubierto mis hombros sobre los que cae mi cabello.
Soy perfectamente consciente de cuál es mi rol. ¿Cómo no va a sentir deseos de mí, si estoy así vestida para despertar su deseo de hombre? Por fuera, en mi aspecto, no hay el menor vestigio de mi otro yo.
Me levanto como una gata, camino hacia él sobre mis tacos altísimos. Él me rodea la cintura, mis brazos rodean su cuello con una sonrisa, apoyo delicadamente el rostro en su hombro. Me refugio en él.
Bailamos lentamente. Me olvido de quién soy, si es que acaso lo sé. Mi eterna lucha interior, mi quiero y no quiero.
Cristian jamás se cuestiona. Pronto siento la dureza de su miembro que palpita bajo su jean pegado contra mi pelvis. Aprendí a ocultar mis pequeños atributos bajo la tanga de tal manera que su bulto no encuentra mi equivalente.
Recuerdo en ese momento que fui yo quien le preguntó, ingenuamente, tiempo atrás, si había besado a alguien en la boca alguna vez. Me respondió con una pregunta sugerente:
-¿Querés saber cómo es?
Y me comió la boca como nunca imaginé que lo haría.
Lo recuerdo ahora que frota su bulto contra mí, ahora que me hace pegar más contra él, ahora que mi vestido mini se está subiendo y ya se me debe ver la parte inferior de las nalgas. Y siento deseos de besarlo. No por curiosidad, como aquella primera vez. En este momento quiero besarlo porque me está apretando como a una hembra, y como tal, quiero besar a mi hombre.
Hago el cuello hacia atrás, los ojos cerrados, la boca entreabierta, mis labios carnosos pintados de rojo lo esperan.
Me aprieta más contra su cuerpo y me llena la boca con su lengua. Es un chupón largo, intenso, apasionado. Cómo es posible que me caliente tanto este tipo, me digo. Son cosas de Laura.
Cristian separa su boca de la mía.
-¿Y ese beso tan rico por qué fue? -me pregunta en susurros.
Yo vuelvo a ocultar mi rostro en su pecho, como una niña tímida.
-Por nada… tenía ganas -digo en voz apenas audible.
Toma mi rostro con sus manos. Mantengo los ojos cerrados. Sé que me observa, sé que sabe las contradicciones que me provoca, y lo disfruta. Disfruta doblegar lo que hay de chico en mí. Disfruta que aflore en mi piel la mujer que hay en mí.
Me besa. El vestido se me sube más, no hago ningún esfuerzo por bajarlo. Tener mi trasero prácticamente al aire, expuesto, cuando estoy con él, me hace sentir vulnerable, femenina, y a él le despierta toda su masculinidad.
Ante sus ojos, Laura me gana la partida y toma el control. Vuelvo a buscar su boca, su lengua que me llena. Laura lo disfruta.






Dos: la prueba de mi entrega


Cristian me cubre de elogios todo el tiempo, mantiene alta mi autoestima. Como Laura, claro. Mi yo varón no cosecha ningún motivo para estar orgulloso. Por eso sigo siendo Laura. Para que me diga cosas bellas.
Me paro de espaldas frente al espejo, observo por encima del hombro mi imagen reflejada. Tengo lindas piernas, largas, bien formadas, sin un pelito. Lucen mejor aún con medias hasta la mitad de los muslos y sobre tacos altos.
Tengo un lindo culo, redondo, firme. “Tentador”, como dice Cristian. Me abro las nalgas. Miro mi hueco. Tengo una bonita dilatación. Me parezco a cualquier mujer que ha tenido sexo anal.
Al principio me preocupaba. Sentía que la pija de Cristian hacía estragos en mi culo.
Pensaba: el maquillaje se puede quitar, las medias, tangas, minifalda, todo puedo dejar a un lado. Pero la dilatación de mi ano es la prueba de que me entregué a un hombre, que tuve su masculinidad dentro de mí, que me entregué como una mujer.
Con el tiempo lo fui aceptando. Laura es la bella, la que recibe halagos, algo que “el otro” nunca conseguirá.
Sigo frente al espejo, mantengo las nalgas abiertas con mis manos, vuelvo a observar mi ano un poco estirado, la puerta de entrada a la virilidad dura y gruesa de mi amigo. Por allí lo recibo, por allí entra a mi cuerpo, me posee, me domina, me somete.
Suelto mis manos, mis nalgas vuelven a su lugar, ocultan ese orificio que es más de Laura que mío.





Uno: el comienzo de todo


Vivo en una permanente ambigüedad. En público soy un muchacho común y corriente, que estudia y trabaja. Pero en privado… Cristian, que es mi amigo de toda la vida, me ha convertido en una hembra.
Entonces por un lado siento la humillación de mi masculinidad postergada, doblegada, sometida.. Y por el otro tengo chispazos de intenso goce y placer cuando me visto de mujer, y cuando mi amigo me trata como a una verdadera puta.
Cristian trabajó durante años sobre mi voluntad para llegar a este resultado. Se aprovechó de mi carácter débil, de mis inseguridades, quizá también de mis deseos ocultos.
Empezó con elogios permanentes a mi cuerpo, elogios que un chico no suele hacerle a otro chico. Me daba muchos nervios cuando elogiaba mi belleza, en especial la forma de mi cola. “Redonda, perfecta, tentadora”. Decía que era demasiado bonito para ser varón.
Me acariciaba la cola y yo no decía nada. Lo tomaba como un juego. En cierto modo lo disfrutaba. Era mi único amigo, el único que había atravesado la barrera de mi timidez.
La primera vez que me apoyó el bulto en la cola me quedé helado. No sabía qué hacer, y Cristian tomó mi silencio, mi inmovilidad, como señal de aprobación. Estábamos los dos con pantalón jean y pude sentir perfectamente su dureza.
Sus apoyadas se hicieron frecuentes, cotidianas, cada vez que estábamos solos en su casa o en la mía. Nunca hablábamos del tema, pero había un acuerdo tácito. Él me apoyaba el bulto en la cola y yo me quedaba quieto, sin decir nada.
Como siguiendo un plan que se hubiera trazado, Cristian siguió avanzando. Me elogiaba, me apoyaba, me manoseaba, me trataba siempre como a una chica. Yo me oponía débilmente. Sus elogios me gustaban, me confundían.
Las chicas no me prestaban atención. Yo era demasido tímido, no sabía cómo relacionarme con ellas, mi autoestima estaba por el piso. Cristian me la levantaba. Me hacía sentir importante.
La siguiente fase fue que yo me bajaba los pantalones y él se masturbaba mirándome y tocándome la cola. Fue en esa época que me pidió que usara tangas de mujer en vez de boxer de varón. Le robó algunas a su hermana, y yo las usaba cuando iba a su casa. Empecé a sentir un nuevo e inquieto placer: el de vestir ropas femeninas.
A las tangas siguieron minifaldas, blusas, medias, zapatos taco alto… y luego el maquillaje, y los modales femeninos. Siempre en secreto, sólo para él.
Hasta que sucedió lo que, creo, era inevitable. Me entregué a él. Lo tuve dentro de mí. y me comporté como me hubiera gustado que una mujer se comportara conmigo.
Así nació Laura.
Salteo varios capítulos que ya contaré, o no, y llego a la situación actual. Cristian y yo nos independizamos de nuestras familias, cada cual vive en su departamento, pero nos vemos con frecuencia. Y cuando nos vemos yo soy su amiga. Pero también su hembra, su perra, su puta, y él es mi macho.
Durante el día estudio, trabajo, soy un muchacho normal, sin amigos, callado y tímido. Apenas llego a mi casa y cierro la puerta me convierto en Laura, venga él a verme o no. Disfruto usar ropas femeninas, maquillarme, explorar ese costado que mantengo oculto durante el día.
A veces Cristian me visita y simplemente cenamos, conversamos, miramos alguna película. Como amigo y amiga.
Cuando me dice que ninguna mujer es capaz de calentarlo tanto como yo, me corre un escalofrío. Cuando siento su miembro largo y grueso bien dentro de mí, me siento esa mujer capaz de calentarlo como ninguna. Y él es tan masculino como yo jamás he sido ni, creo, seré jamás.
Así transcurre mi vida. Ese es mi secreto. En público, un muchacho que pasa desapercibido, al que todos ignoran, que nunca logrará conquistar a una mujer.
En la intimidad, una travesti femenina, sexy, seductora y, si es necesario, muy puta para su hombre.
A veces me pregunto cómo habría sido mi vida si no hubiera conocido a Cristian.